Cuentos
Contemporáneos
Brujilerías
María
Delia Minor
(¡Gracias, María Delia!)
Era
una bruja piruja, maruja, de cabello rojo enrulado que los días de humedad
se volvían traviesos y le caían en rulos sobre su frente. Sus ojos
eran negros y saltones, su nariz grande, aunque no tenía ni un lunar o
verruga y, su piel, blanca como la leche, a pesar de que siempre vestía
de negro.
Todas
las noches preparaba en su caldero pociones con patas de ciempiés, ojos
de caracol y cola de babosa.
La
gente del pueblo venía a pedirle que les cure un callo del dedo gordo del
pie, o una verruga de la panza, o una uña encarnada y ella, siempre dispuesta,
les regalaba sus pociones.
A
veces todo salía bien, pero otras ¡se metía en cada lío!
Un
día la visitó Doña Eduviges, que era la chismosa del pueblo,
para pedirle que curara a su loro que se había quedado mudo y por más
que ella le hablara, el loro no decía ni una palabra.
Nuestra
bruja piruja, biruja, decidió ayudarla y preparó esa noche una sopa
con lengua de mosquito y patas de gusano. El loro tomó la sopa... pero
no habló.
Doña
Eduviges muy furiosa visitó nuevamente a la bruja chiruja, miruja, para
decirle que su loro seguía mudo. Fue entonces cuando la bruja firuja, fruja,
decidió usar todo su poder y realizó un hechizo a la luz de la luna,
lástima que esa noche hubo muchas nubes, para que el loro de doña
Eduviges hablara.
No
sabemos si fue eso, o qué fue, pero el lorito comenzó a hablar,
pero no para pedir la papa sino para contar los chismes que decía Doña
Eduviges, y aunque ésta trató por todos los medios de callarlo,
el loro hablaba y hablaba sin parar.
Así
fue como la bruja piruja, maruja, liruja, biruja, chiruja... decidió dejar
de hacer hechizos y dedicarse al cultivo de rabanitos, que siempre le habían
gustado en la ensalada.
(c)
María Delia Minor
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